sábado, abril 15, 2006

FANTASMAS, de Chuck Palahniuk


Fantasmas es la nueva novela de Chuck Palahniuk, a la que describen como "Un libro de terror acerca del precio de la fama".

¿De qué va?

SINOPSIS
Un grupo de escritores acuden, tras leer un anuncio en la prensa, a un retiro para artistas donde supuestamente darán rienda suelta a su imaginación. Inmersos en un escenario aislado de las preocupaciones mundanas, los escritores llegan dispuestos a escribir su obra maestra.
No obstante, la colonia de escritores resulta ser un lugar apartado del mundo, un viejo teatro abandonado, donde la comida, la electricidad y los suministros básicos son bienes escasos. En estas condiciones precarias, los protagonistas comenzarán a escribir historias terroríficas hasta llegar a un grado de maquinación diabólico, y alzarse ante la masa como héroes de una película documental.
Fantasmas es al mismo tiempo una sátira provocativa sobre el ansia e notoriedad y un homenaje a los clásicos de Los cuentos de Canterbury o Frankenstein.

Dicen de ella:

«La obra de ficción más original de este año. Definitivamente, su última novela no es para cobardes.» The Guardian

«Si por algo es conocido Chuck Palahniuk es por su deseo de conmocionar; con Fantasmas no podemos decir que haya cambiado de rumbo.» The Dialy Telegraph

Y como no se puede opinar sin leer, ahí va el primer capítulo:

COBAYAS
Se suponía que esto era un retiro para escritores. Se suponía
que era seguro.
Una colonia aislada para escritores, donde pudiéramos
trabajar,
dirigida por un anciano muy anciano y moribundo llamado
Whittier,
hasta que dejó de serlo.
Y se suponía que teníamos que escribir poesía. Poesía bonita.
Todos nosotros, sus alumnos aventajados,
encerrados sin contacto con el mundo ordinario durante
tres meses.
Y entre nosotros nos pusimos nombres como «el
Casamentero». Y «el Eslabón Perdido».
O «la Madre Naturaleza». Etiquetas tontas. Nombres que se
nos ocurrían.
De la misma forma que cuando eras niño te inventabas
nombres para las plantas y
los animales que había en tu mundo. A las peonías pegajosas
de néctar e infestadas de
hormigas: las llamabas «flores hormigueras». Y a los collies
«Perros Lassie».
Pero incluso ahora, sigues llamando a alguien «ese hombre con
una sola pierna».
O «ya sabes, la chica negra».
Nos llamamos los unos a los otros:
«el Conde de la Calumnia».
O «la Hermana Justiciera».
Los nombres nos los ganábamos en base a nuestros relatos. Los
nombres que nos poníamos entre nosotros
basados en nuestra vida y no en nuestros apellidos:
«la Dama Vagabunda»,
«el Agente Chivatillo.»
Basados en nuestros pecados y no en nuestros trabajos:
«San Destripado».
Y «el Duque de los Vándalos.»
Basados en nuestros defectos y crímenes. Al contrario que
los nombres de los superhéroes.
Nombres tontos para gente real. Como si abrieras con un
cuchillo una muñeca de trapo y dentro encontraras:
intestinos de verdad, pulmones de verdad, un corazón que
late, sangre. Mucha sangre caliente y pegajosa.
Y se suponía que teníamos que escribir relatos. Relatos
graciosos.
Éramos demasiados, aislados del mundo durante toda
una primavera, un verano, un invierno o un otoño. Una
estación entera de aquel año.
No importaba qué clase de personas fuéramos, no para el viejo
señor Whittier.
Pero esto no lo dijo de entrada.
Para el señor Whittier éramos animales de laboratorio. Un
experimento.
Pero no lo sabíamos.
No, esto solamente fue un retiro para escritores hasta que ya
fue demasiado tarde para que fuéramos otra cosa
que sus víctimas.

1
Cuando el autobús se detiene en la esquina donde la Camarada
Sobrada aceptó esperar, ella ya está allí vestida con una chaqueta
de aviador comprada de los excedentes del ejército –de color
verde oliva oscuro– y pantalones anchos de camuflaje, con los bajos
remangados para dejar ver unas botas de infantería. Con una
boina negra bien calada en la cabeza, podría ser cualquiera.
–La regla era… –dice San Destripado por el micrófono que
tiene encima del volante.
Y la Camarada Sobrada dice:
–Vale. –Se inclina para desanudar de una maleta una etiqueta
que identifica el equipaje. La Camarada Sobrada se mete la etiqueta
para equipaje en su bolsillo de color verde oliva, carga con
la segunda maleta y sube al autobús. Mientras la primera maleta
se queda en la acera, abandonada, huérfana, sola, la Camarada
Sobrada se sienta y dice–: Muy bien.
Dice:
–Arranca.
Esta mañana todos nos hemos dedicado a dejar notas. Antes
del amanecer. Hemos bajado escaleras a oscuras de puntillas con
nuestra maleta y hemos tomado calles a oscuras con la única compañía
de los camiones de la basura. No hemos visto salir el sol.
Sentado al lado de la Camarada Sobrada, el Conde de la Calumnia
está escribiendo algo en un cuaderno de bolsillo, mirándola
alternativamente a ella y a su bolígrafo.
E, inclinándose a un lado para mirar, la Camarada Sobrada
dice:
–Tengo los ojos verdes, no castaños, y mi pelo es de color
caoba natural. –Ella mira cómo él escribe «verde» y luego dice–:
Y tengo una rosa roja pequeñita tatuada en la nalga. –La mirada
de ella se posa en la grabadora plateada que a él le asoma del bolsillo
de la camisa, con la rejilla de su micrófono, y luego dice–:
No escribas «pelo teñido». Las mujeres se «resaltan» el color del
pelo o bien se lo «retocan».
Cerca de ellos va sentado el señor Whittier, allí donde puede
sujetar el armazón plegado de acerocromo de su silla de ruedas
con sus manos manchadas por la edad y temblorosas. A su lado va
sentada la señora Clark, con unos pechos tan grandes que casi le
descansan en el regazo.
La Camarada Sobrada les echa un vistazo. Se inclina sobre la
manga de franela gris del Conde de la Calumnia y dice:
–Puramente ornamentales, supongo. Y sin ningún valor nutritivo…
Hoy es el día en que nos perdemos nuestro último amanecer.
Enla siguiente esquina oscuradondenos está esperando, laHermana
Justiciera levanta su reloj de pulsera negro y pesado y dice:
–Habíamos quedado a las cuatro y treinta y cinco. –Da unos
golpecitos en la esfera del reloj con la otra mano y dice–: Son las
cuatro y treinta y nueve…
La Hermana Justiciera trae un estuche de cuero de imitación
con un asa blanda y una solapa que se cierra con un broche para
proteger la Biblia que lleva dentro. Un bolso de fabricación casera
para transportar la Palabra de Dios.
Estamos esperando al autobús por toda la ciudad. En las esquinas
o en los bancos de las paradas de autobús, hasta que aparece
San Destripado. Con el señor Whittier sentado cerca de la parte
de delante junto a la señora Clark. El Conde de la Calumnia. La
Camarada Sobrada y la Hermana Justiciera.
San Destripado tira de la palanca que hace que la puerta se
abra plegándose sobre sí misma y en la acera aparece la pequeña
Señorita Estornudos. Con las mangas de su jersey abultadas por
todos los pañuelos de papel sucios que lleva metidos dentro. Levanta
su maleta y de la misma sale un ruido fuerte parecido al
ruido de las palomitas dentro de un microondas. Con cada peldaño
que sube de la escalerilla del autobús, la maleta hace un
estruendo parecido a un fuego lejano de ametralladora, y la Señorita
Estornudos nos mira y dice:
–Mis pastillas. –Agita ruidosamente la maleta y dice–: Llevo
provisiones para tres meses…
De ahí la norma que limita la cantidad de equipaje. Para que
podamos caber todos.
La única norma es una sola pieza de equipaje por persona,
pero el señor Whittier no ha especificado de qué tamaño ni de
qué clase.
Cuando la Dama Vagabunda sube a bordo, lleva un anillo de
diamante del tamaño de una palomita de maíz y con la mano sujeta
una correa que va arrastrando una maleta de piel con ruedecitas.
Con un gesto de los dedos destinado a hacer centellear su anillo,
la Dama Vagabunda dice:
–Es mi difunto marido, incinerado y convertido en un diamante
de tres quilates.
Al oír esto, la Camarada Sobrada se inclina sobre el cuaderno
en el que está escribiendo el Conde de la Calumnia y dice:
–«Lifting» acaba en g.
Unas cuantas manzanas más tarde, después de un par de semáforos
y de doblar unas cuantas esquinas, aparece el Chef Asesino,
esperando, con una maleta de aluminio moldeado en la mano
donde lleva todos sus calzoncillos blancos elásticos y sus camisetas
y sus calcetines doblados en cuadrados tan perfectos como si
fueran de origami. Además de un juego completo de cuchillos de
chef. Debajo del mismo, su maleta de aluminio está atiborrada
de fajos de billetes sujetos con gomas elásticas, todos en billetes
de cien dólares. Todo junto pesa tanto que tiene que usar las
dos manos para subirlo al autobús.
Después de bajar otra calle, pasar por debajo de un puente y
dar toda la vuelta a un parque, el autobús se detiene en una acera
donde no parece haber nadie esperando. Allí el hombre al que
llamamos «el Eslabón Perdido» sale de entre unos matorrales
que hay cerca de la acera. En las manos lleva una bolsa negra de
basura hecha una pelota y llena de rasgaduras, a través de las cuales
asoman camisas de franela a cuadros.
Mirando al Eslabón Perdido, pero dirigiéndose al Conde de
la Calumnia, al que tiene al lado, la Camarada Sobrada dice:
–Con esa barba, Hemingway le habría pegado un buen tiro…
Ese mundo que sigue dormido nos tacharía de locos. Toda
esa gente que sigue en la cama pasará otra hora durmiendo, luego
se lavarán la cara, debajo de los brazos y entre las piernas, antes
de ir al mismo trabajo de todos los días. A vivir la misma vida
de todos los días.
Esa gente llorará al descubrir que nos hemos ido, pero también
llorarían si subiéramos a bordo de un barco para empezar una
nueva vida al otro lado del océano. Emigrantes. Pioneros.
Esta mañana somos astronautas. Exploradores. Gente despierta
mientras ellos duermen.
Esa gente llorará, pero luego regresarán a trabajar de camareros,
a pintar casas, a programar ordenadores.
En nuestra siguiente parada, San Destripado abre las puertas y
un gato sube la escalerilla y recorre el pasillo que hay entre los
asientos del autobús. Detrás del gato aparece la Directora Denegación
diciendo:
–Se llama Cora. –La gata se llama Cora Reynolds–. Yo no le
puse el nombre –dice la Directora Denegación, vestida con un blazer
y una falda de tweed cubiertos de pelos de gato. Con un bulto
en el pecho debajo de una de las solapas.
–Lleva una pistolera en el hombro –dice la Camarada Sobrada
inclinándose para hablar con la grabadora que el Conde de la
Calumnia lleva en el bolsillo de la camisa.
Todo esto –susurrar a oscuras, dejar notas, mantener las cosas
en secreto– es nuestra aventura.
Si estuvieras planeando quedarte aislado en una isla desierta
durante tres meses, ¿qué te llevarías?
Digamos que el suministro de comida y agua está garantizado,
o eso crees tú.
Digamos que solamente puedes llevar una maleta porque vais
a ser muchos y el autobús que os lleva a todos a la isla desierta tiene
el espacio limitado.
¿Qué meterías en la maleta?
San Destripado lleva cajas de aperitivos de cortezas de cerdo y
ganchitos, y tiene los dedos y la barbilla de color naranja por culpa
del colorante salado. Mientras agarra el volante con una mano,
con la otra inclina los paquetes para verter el contenido dentro de
la boca que tiene en medio de su cara flaca.
La Hermana Justiciera trae una bolsa de la compra llena de ropa
y con una cartera de colegial encima de todo.
Inclinándose por encima de sus enormes pechos, cogiéndolos
como si fueran un niño que llevara en brazos, la señora Clark le
pregunta a la Hermana Justiciera si ha traído una cabeza humana.
Y la Hermana Justiciera abre la cartera de colegial lo bastante
como para mostrar los tres agujeros de una bola negra de bolera
y dice:
–Mi hobby…
La Camarada Sobrada aparta la vista del Conde de la Calumnia,
que sigue tomando notas en su cuaderno, y contempla el cabello
negro y densamente trenzado de la Hermana Justiciera, de
cuyas horquillas no se sale ni un solo pelo.
–Eso –dice la Camarada Sobrada– es pelo con color.
En nuestra siguiente parada, el Agente Chivatillo está esperando
con una cámara de vídeo delante de un ojo, filmando cómo
el autobús se detiene frente a la acera. Lleva consigo un fajo de
tarjetas de visita que se pone a repartir para demostrarnos que es
detective privado. Con su cámara de vídeo a modo de máscara
que le cubre la mitad de la cara, se dedica a filmarnos mientras
recorre el pasillo hasta un asiento vacío del final, cegándonos a
todos con el foco.
Una manzana más allá, el Casamentero sube a bordo, dejando
tras de sí un rastro de mierda de caballo con sus botas de vaquero.
Con un sombrero de vaquero de paja en las manos y un
macuto colgado a la espalda, se sienta y abre su ventanilla y escupe
un salivazo de tabaco marrón por el costado de acero pulimentado
del autobús.
Esto es lo que traemos con nosotros para pasar tres meses fuera
del mundo. El Agente Chivatillo, su cámara de vídeo. La Hermana
Justiciera, su bola de bolera. La Dama Vagabunda, su anillo
de diamantes. Esto es lo que necesitamos para escribir nuestras
historias. La Señorita Estornudos, sus pastillas y sus pañuelos de
papel. San Destripado, sus aperitivos. El Conde de la Calumnia,
su cuaderno y su grabadora.
El Chef Asesino, sus cuchillos.
Bajo la luz tenue del autobús, todos espiamos al señor Whittier,
el organizador del taller. Nuestro profesor. Por debajo de sus
escasos cabellos grises peinados hacia un lado de la cabeza se le ve
la cúpula reluciente y manchada de la calva. El cuello abotonado
hasta arriba de su camisa se yergue como una cerca blanca y almidonada
alrededor de su cuello flaco y manchado.
–La gente de la que os estáis escabullendo –nos dice el señor
Whittier– no quiere que os iluminéis. Quiere que seáis previsibles.
El señor Whittier dice cosas como:
–No podéis ser la persona que ellos conocen y la persona
genial y gloriosa en la que os queréis convertir. No al mismo
tiempo.
La gente que nos quiere de verdad, dice el señor Whittier, nos
suplicará que nos marchemos. Que hagamos realidad nuestros
sueños. Que practiquemos nuestro oficio. Y nos querrán cuando
regresemos.
Dentro de tres meses.
El pedacito de vida que todos nos estamos jugando.
Que estamos arriesgando.
Durante ese tiempo, apostaremos por nuestra capacidad para
crear una obra maestra. Un relato o un poema o un guión o unas
memorias que le den sentido a nuestra vida. Una obra maestra
que nos libere de nuestra esclavitud a un marido o a un padre o
una empresa. Que compre nuestra libertad.
Todos nosotros, yendo en autobús por las calles vacías y oscuras.
La Señorita Estornudos se saca un pañuelo de papel mojado
de la manga del jersey y se suena. Luego se sorbe la nariz y dice:
–Cuando estaba saliendo a escondidas, me moría de miedo
de que me pillaran. –Se vuelve a meter el pañuelo en la manga y
dice–: Me siento como… Anna Frank.
La Camarada Sobrada se saca del bolsillo la etiqueta para
identificar el equipaje, lo único que le queda de su maleta abandonada.
De su vida abandonada. Y dándole vueltas y más vueltas
a la etiqueta que tiene en la mano, sin dejar de mirarla, dice:
–Tal como yo lo veo… –dice–, Anna Frank vivió bastante
bien.
Y San Destripado, con la boca llena de nachos, mirándonos a
todos por el retrovisor, masticando sal y grasa, dice:
–¿Y eso?
La Directora Denegación acaricia a su gato. La señora Clark
se acaricia los pechos. El señor Whittier acaricia su silla de ruedas
de acerocromo.
Bajo una farola, en una esquina que hay más adelante, espera
la silueta oscura de otro aspirante a escritor.
–Por lo menos Anna Frank –dijo la Camarada Sobrada– nunca
tuvo que ir de gira para promocionar su libro…
Y San Destripado pisa los frenos hidráulicos y hace girar el
volante para detenerse frente a la acera.

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Yo voy a leerlo en papel, que el ordenador me cansa.

3 comentarios:

Adso dijo...

Ya lo he leído (en papel) y la cosa promete bastante. Parece una especie de Gran Hermano de terror de escritores, aunque sólo es el primer capítulo. Me gusta, sí.

ladrondecaballos dijo...

Hace tiempo Mondobrutto publicó un articulillo sobre el bueno de Chuck a ver si un dia lo subo al blog... Yo poco más se aparte del club de la lucha y de que es un fenómeno dentro de la juventud underground (entre comillas) americana...

Adso dijo...

Yo he leído "Asfixia", "Nana" y "Diario, una novela", y me quedo con "Asfixia". Frases cortantes, como puñetazos, situaciones delirantes, os lo recomiendo. ¿De qué va "Asfixia"?

"Victor Mancini es un adicto al sexo que se reune con otros enfermos en los cuartos de atrás de anónimas iglesias. Cínico, pesimista y fracasado, Victor trabaja en un parque temático ambientado en el siglo XVIII donde cualquier anacronismo te lleva directamente al cepo. La madre de Victor es una exconvicta en fase terminal ingresada en una residencia. Allí, Victor conocerá a la doctora Marshall, que le propondrá un asombroso plan para salvar la vida de su madre. "

Lo de la "Asfixia" viene por un truco del prota...